El desgaste por compasión: Cuando el cuidado también agota
- Raquel Suazo
- 23 jun
- 2 Min. de lectura
En la labor terapéutica, donde la escucha es profunda y el acompañamiento constante, puede surgir un tipo de cansancio emocional particular: el desgaste por compasión. Este fenómeno no nace de la indiferencia, sino precisamente de lo contrario: del involucramiento humano, del deseo genuino de aliviar el sufrimiento ajeno.
¿Qué es el desgaste por compasión?
Figley (1995) lo describió como una forma de fatiga emocional que afecta a quienes se ocupan intensamente del dolor de otros. Se diferencia del burnout tradicional en que no está necesariamente relacionado con la carga laboral, sino con la exposición continua al sufrimiento humano. Aparece cuando la empatía deja de ser un canal de conexión saludable y comienza a convertirse en una vía de sobreinversión emocional no regulada.
Signos de advertencia
- Sensación de agotamiento luego de las sesiones.
- Irritabilidad o sensación de desconexión afectiva.
- Sentimientos de inutilidad o culpa por no lograr “salvar” a los consultantes.
- Dificultad para separar la vida personal de la experiencia clínica.
- Aislamiento o evitación de ciertas temáticas en terapia.
Fundamento científico y enfoques actuales
Desde la Terapia de Compasión (Gilbert, 2010), se reconoce que los terapeutas necesitan cultivar sistemas de regulación emocional basados en la autocompasión. Paul Gilbert sugiere que los sistemas de amenaza, impulso y calma deben mantenerse en equilibrio. Cuando el terapeuta se ubica crónicamente en un modo de amenaza (hiperresponsabilidad, sobreexigencia), puede desgastarse incluso haciendo lo que ama. También desde la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), se alienta al terapeuta a conectar con sus propios valores y límites, favoreciendo la flexibilidad psicológica. La supervisión clínica, el autocuidado intencional y la reconexión con el propósito terapéutico son claves protectoras (Hayes et al., 2012).
Cuidarse para seguir cuidando
Reconocer el desgaste por compasión no es una señal de debilidad, sino de humanidad. No somos terapeutas en abstracto; somos personas que acompañan a otras personas en el dolor. Para seguir haciéndolo de manera ética y comprometida, necesitamos espacios donde también podamos ser escuchados, sostenidos y regulados.
Cultivar la autocompasión, los rituales de autocuidado y una red profesional segura no es opcional: es parte de la práctica responsable.
Bibliografía
Figley, C. R. (1995). Compassion Fatigue: Coping With Secondary Traumatic Stress Disorder In Those Who Treat The Traumatized.
Brunner/Mazel.Gilbert, P. (2010). The Compassionate Mind: A New Approach to Life’s Challenges. New Harbinger.
Hayes, S. C., Strosahl, K. D., & Wilson, K. G. (2012). Acceptance and Commitment Therapy: The Process and Practice of Mindful Change. Guilford Press.

Comentarios